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domingo, 13 de junio de 2010

¿El fin de la opulencia?
Javier Alegría

Recuerdo varias conversaciones a finales del siglo pasado y primeros años de éste que tenían un elemento en común: la extrañeza por el lugar en el que las personas deciden vivir. Recuerdo que tras un terrible huracán que asoló centroamérica alguien comentó "¿Cómo puede ser que haya gente que viva en esos lugares sabiendo que año sí año no, recibirán la visita de un huracán como este"  Días más tarde una ladera de una favela se llevó por delante la vida de un centenar de personas mas y el comentario se repitió. Luego llegaron terremotos, atentados crueles matanzas étnicas... Y el comentario se iba repitiendo.
Mientras eso sucedía, en paralelo, los españoles vivíamos una opulencia que se correspondía con la de los países occidentales. Se hacían grandes negocios, se ponían en marcha grandes proyectos y una gran parte de la población se acariciaba el ánimo pensando en la revalorización de su piso: "pues a mí me costó 17 y ahora uno similar lo han vendido por 43".
Como todos sabemos, en esos años empezó a llegar por aquí una verdadera muchedumbre de extranjeros que, porcedentes de muchos de esos lugares en los que nos parecía increíble que la gente decidiera vivir, intentaban subirse en el tren de occidente aunque fuera sin asiento, en los pasillos o incluso en los retretes. Vimos a "revisores" del tren de la opulencia echando fuera del tren a míseros africanos llegados en patera, vimos levantar vallas en el sur, controles en los aeropuertos y muchas identificaciones en las calles. Pero seguían llegando, seguían encontrando trabajo y seguían manteniendo vivo el sueño de la opulencia europea.
Pero esa opulencia estaba a punto de entrar en crisis.
El mercado es una máquina absurda que se alimenta insaciablemente de una materia prima: consumidores. El mercado los necesita para vivir, para hacerse fuerte, para perpetuarse. Los juegos financieros son instrumentos del mercado, como los tenedores y los cuchillos, pero lo que necesita realmente en su plato son consumidores. Europa ha sido históricamente una gran fuente de alimento para el mercado: muchos y buenos consumidores. Pero la historia sigue y el mercado avanza en su ciego devenir. Hasta que llega un momento el que el avance de los medios de comunicación y de transporte hacen que las distancias se acorten, que las fronteras, especialmente para el dinero, se diluyan. Los avaros sacerdotes del mercado descubren que pueden estar en un cómodo sillón de Londres o Nueva York colocando mercancías y moviendo dinero por todo el mundo y que pueden especular en todos los mercados nacionales sin moverse de su despacho.
También se dan cuenta de que el principio básico de las sucesivas ampliaciones en la UE se puede aplicar a nivel mundial.
La UE fue ampliándose a base de incorporar nuevos países a los que en un principio se debía ayudar económicamente. La inversión se justificaba cuando más tarde un país como España aportaba al mercado común a sus 35 millones de españoles con un nivel de renta más apreciable, dicho de otra forma, convertidos en mejores consumidores. Pero entonces... ¿Podría funcionar a nivel mundial?
El mercado advirtió que los países emergentes de Asia ya no eran una noticia pintoresca. La permeabilidad de China, el despegue -lento y con contrastes- de India, y sobre todo, la enorme población de esos países permitía imaginar un nuevo orden mundial para el mercado.
La cuenta es fácil: Europa 300 millones de consumidores a razón de "x" es mucho menos atractivo que 2.500 millones a razón de "x/4". Con dos ventajas añadidas. Los consumidores de Europa forman sociedades con muchos derechos adquiridos, muchas "pijaditas" que limitan los intereses del mercado y una mano de obra muy cara. Los mercados emergentes ofrecen poblaciones más dóciles, con menos derechos y controles.
Así que la crisis está servida. El mercado utiliza a sus sacerdotes apátridas para cambiar el mapa de la opulencia mundial. Ha decidido que lo que ofrece Europa no es acorde a la nueva situación. Europa pierde en favor de la llegada de nuevas masas de consumidores. La crisis mundial golpea en todas partes, son los movimientos "tectónicos" del mercado. Pero es Europa la peor parada, es el centro de la segunda fase de la crisis.
El mercado avanza y reorganiza su huerto. Los políticos intentan controlarlo, pero fracasan. Da igual su signo político, el mercado les aprieta y les chantajea: aqúí da igual programas, sensibilidades e ideologías (jajaja, que antigüedad eso de las ideologías) aquí solo hay una forma de avanzar: por el camino que marca el mercado. Los políticos cambian pero el mercado ha de continuar. Y cuando las placas cesen en su movimiento traumático, cuando la crisis sea historia, dento de algunos años, el mapamundi del consumo habrá cambiado y Europa ya no será el centro del planeta, tendrá que soportar su población envejecida, sus elevadas exigencias sociales y la presión de una nueva realidad en otros continentes, más jóvenes, más pujantes, más ávidos de consumo y mucho menos críticos con las "necesidades obscenas" del mercado.
Transitamos hacia el fin de la opulencia.

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